Actualmente y con mayor frecuencia escuchamos la palabra estrés en las conversaciones con familiares y amigos, lo que nos lleva a pensar en cierta medida en nuestra salud mental; entendiéndose a ésta como “mucho más que la ausencia de enfermedad: es una parte intrínseca de nuestra salud y bienestar individuales y colectivos”, a decir del Dr. Tedros Adhanom Ghebreyesus director general de la Organización Mundial de la Salud (OMS).
Pero, si retornamos a la temática central, la misma OMS define al estrés como un “estado de preocupación o tensión mental generado por una situación difícil”, sin embargo, se debe estar consciente de que todas las personas tenemos un cierto grado de estrés positivo (aquel que, en lugar de abrumarnos como hace el estrés negativo o distrés, nos llena de vida y energía y nos estimula a enfrentarnos a los problemas, fomentando que seamos creativos, tomemos iniciativas y respondamos de forma eficiente; puesto que se trata de una respuesta natural a las amenazas y a otros estímulos). Por tanto, la forma en la que reaccionamos ante el estrés es lo que marcará el modo en que manejamos nuestro bienestar.
La realidad boliviana
La enfermedad del estrés ha ido en progresión a nivel mundial y es de mucha preocupación; un claro ejemplo de ello es que 74% de los bolivianos, que fueron entrevistados por el Monitor de Opinión de Ipsos CIESMORI, declararon que se sienten estresados. Esta realidad es preocupante, pues la misma OMS destaca que las situaciones estresantes pueden generar o exacerbar los problemas de salud mental (ansiedad o depresión), que requieren atención médica. Pero este tema va más allá, pues la persistencia del estrés puede empezar a afectar la vida diaria y el desempeño educativo o laboral.
En cuanto al tema laboral, la OMS dio ciertas directrices que recomiendan, no sólo la disminución de la carga de trabajo o los comportamientos negativos; sino también la formación de los directivos (ejecutivos de las empresas) para que puedan prevenir los entornos laborales estresantes y responder a los trabajadores que padecen de este mal. Sin embargo, se debe ser realista, pues aún hoy cuando se tiene acceso a mucha información, hablar sobre salud mental sigue siendo un tabú en los entornos laborales de todo el mundo, lo que incluye a nuestro país.
¿Qué sucede con las mujeres?
Al abordar esta temática desde un punto de vista diferenciado en lo que refiere a género, es importante destacar que un mayor porcentaje (78%) de mujeres declaró sentirse estresada, mientras que sólo el 69% de los varones se identificó con esa situación. ¿Pero a qué se debe esta discrepancia?, quizás al hecho de que son más proclives a tener un padecimiento de salud mental, como lo destaca la Organización Panamericana de Salud (OPS) al mencionar que los trastornos mentales como la depresión son dos veces más frecuentes en las mujeres que en los hombres.
Pero es de destacar que la diferencia en la percepción del estrés desde el género, ya tiene una larga data, ya que en noviembre de 2018 The New Yok Times publicó en su portal la nota “Las mujeres están más estresadas que los hombres, según estudios”; en la que menciona que las mujeres tienen el doble de probabilidad que los hombres de padecer estrés y ansiedad graves, de acuerdo con un estudio de 2016 publicado en la revista The Journal of Brain & Behavior. Y un factor que aportaría a esta brecha, radicaría en la naturaleza y el alcance de esas responsabilidades que tienen, sobre todo en el entorno del hogar, espacio en el que las mujeres hacen casi el triple del trabajo doméstico no remunerado que los hombres y el problema es que con frecuencia esas tareas no son consideradas trabajo, aunque sean igual de laboriosas que un trabajo remunerado.
Todo esto nos lleva a pensar que tanto el estrés como las situaciones estresantes están tan normalizadas en el día a día de las mujeres que sólo se acepta que sean víctimas de este problema de salud mental cuando ya está muy avanzado.
Para cerrar este tema surgido a partir del Monitor de Opinión de Ipsos CIESMORI, es necesario recordar que cada persona reacciona a su manera a las situaciones estresantes; sin embargo, esto no implica que no se deba estar pendiente de los síntomas originados por este mal (dolor de cabeza o de otras partes del cuerpo, malestar gástrico, dificultades para dormir o alteraciones del apetito, etc.) y atenderlos, ya sea con tácticas básicas (dieta saludable, ejercicio, descanso adecuado, etc.) o con la ayuda de profesionales.